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Crisis de confianza en Facebook
El pasado fin de semana nos despertamos con una de esas noticias que no gusta escuchar. Facebook, una compañía de la que la gran mayoría somos usuarios habituales, se ha visto salpicada porque, presuntamente, la consultora política Cambridge Analytica ha utilizado de forma ilegal los perfiles de más de 50 millones de personas para ayudar a la campaña electoral del actual presidente de EE. UU.
A falta de recabar datos y contrastar la información, ya ha supuesto, a principios de esta semana, un nuevo desplome bursátil. En este caso, el sector tecnológico ha sufrido un recorte y ha contagiado al resto del mercado. Un sector que lleva tirando hacia arriba de los índices estadounidenses de manera incansable desde 2009. El Nasdaq, que a mediados de marzo llevaba una subida del 10% en el año, se ha quedado ahora en términos de poco más del 6%, mientras que, por su parte, Facebook está perdiendo en estos momentos algo más del 5% desde diciembre, cuando todas las previsiones de subida para este año hablaban de superar el 15%.
Habrá que aclarar ahora si esto es una nueva piedra en el camino y el mercado tiene capacidad de seguir subiendo o si, por el contrario, este contratiempo acelera el recorte que muchos analistas vienen anunciando meses y no termina de llegar.
La noticia en sí no afecta sólo a Facebook, sino a todo el negocio relacionado con la inteligencia artificial y el Big Data y, por ende, a la Economía del siglo XXI. Las compañías tecnológicas, están consideradas (en su mayor medida) como acciones de crecimiento, basan su estrategia en ganar cuota de mercado, reinvirtiendo beneficios y detectando hábitos de consumo para convertirlos en nuevas oportunidades empresariales. Esto explica su éxito y revalorización en bolsa, muy por encima de la media de otros sectores año tras año y convirtiéndose en el motor del crecimiento. Este buen hacer a base de gestionar activamente las oportunidades, hace que vengan batiendo máximos históricos e incrementando sus beneficios año tras año, con lo que siguen suponiendo atractivas oportunidades de compra, gracias a unos PER que todo inversor no puede despreciar.
La gran clave de todo esto, por simple que parezca, se traduce en una única palabra, la CONFIANZA, base histórica de todo trato comercial, independientemente de que sea digital o presencial. Cualquier empresario que se precie sabe que debe incluir seguridad, tranquilidad y lealtad en la ecuación para que la relación con sus clientes sea duradera en el plazo. Y éste es el mayor problema al que se enfrenta el sector, si se ve dañada la confianza en la gestión de nuestros datos personales, se verán gravemente dañados los ingresos por publicidad, principal fuente de recursos de la Economía Digital.
Llegado este momento, compañías y autoridades deben realizar un ejercicio de responsabilidad y trabajar en común para mantener la confianza en el sistema. Ponerse en el lugar del cliente y definir correctamente la legislación sobre protección de la privacidad. Este será el camino para que esto se quede sólo en una anécdota y no suponga tener que canalizar sus esfuerzos (e inversiones) en reinventar una vez más los hábitos de consumo, lo que se traduciría en un parón del desarrollo tecnológico y comercial con todo lo que ello supone. Una vez más, las bases del comercio tradicional deben convivir con los nuevos métodos de desarrollo.
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